miércoles, 6 de diciembre de 2023

La pintura, lienzo de la historia


Mucho antes que la fotografía, la pintura sirvió de lienzo para la representación de grandes acontecimientos. Una obra significativa de esa mediación es La consagración del emperador Napoleón I y la coronación de la emperatriz Josefina en la catedral de Notre Dame el 2 de diciembre de 1804, obra de Jacques Louis David (1748-1825), uno de los pintores que construyeron la narrativa iconográfica de la gran Revolución Francesa del siglo XVIII.

Este cuadro de gran formato es famoso por haber captado el momento en que el mismo Bonaparte se ciñe la corona, dejando a la jerarquía eclesial católica como simples espectadores. David, un artista de fino pincel político y una suerte de olfato periodístico, reconstruyó el hecho tres años después, sin perder detalle de un momento en que el Estado fijaba pragmáticamente límites en su relación con la Iglesia. Colección de arte francés del siglo XIX, Musée du Louvre, París, 20 de octubre de 2023.


jueves, 24 de agosto de 2023

Las rarezas de la colección Benson


Austin. Las siguientes son piezas de historia en el exilio:

Cartas Geográficas del Valle de México de casi 500 años de edad; la primera edición de un libro de poemas de Sor Juana Inés de la Cruz, del siglo XVII; una carta firmada por Hernando Cortés; un ejemplar de la primera edición de la Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo; el borrador de las memorias de José Vasconcelos; el manuscrito de la novela El Zarco de Manuel Altamirano; el texto mecanografiado de Rayuela, con todo y correcciones en tinta azul de bolígrafo, hechas por el autor argentino Julio Cortázar.

Estos documentos son solo algunas de las rarezas que conforman la colección latinoamericana de la Universidad de Texas (UT), uno de los conjuntos documentales sobre México y América Latina más grandes fuera de la región.

La colección comenzó a formarse en la segunda década del siglo XX. Originalmente el propósito era el de documentar la historia de Texas, que para entonces se acercaba al primer centenario de su independencia respecto a México.

Con el tiempo, la dimensión cultural del acervo se extendió tanto como el interés por hacer de ese estado fronterizo con México y América Latina el punto de enlace entre las culturas anglosajona e hispánica.

Entre historiadores, la colección Benson es reconocida por incluir los acervos de Joaquín García Icazbalceta (Ciudad de México, 1825-1894) y de Genaro García (Fresnillo, Zacatecas, 1867-1920), que dedicaron su vida a reunir y comentar documentos históricos y literarios del periodo colonial y del proceso de independencia.

García Icazbalceta murió a los 69 años, 43 antes de que el historiador pudiera encontrarse con la ironía de de su vida y el cruce de la historia colectiva de dos países con su experiencia individual: la colección que reunió está hoy en un país contra el cual luchó militarmente.

Hijo de padres españoles expulsados de México, García Icazbalceta se alistó en 1847 en el Batallón Victoria del Ejército Mexicano para combatir la invasión estadaounidense de aquel año, que culminó con la ampliación del territorio texano sobre Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila, desde la desembocadura del río Nueces hasta la del Bravo. A 550 kilómetros de lo que fue la frontera original de Texas independiente de México en 1836, se aloja hoy la colección en el campus de la Universidad de Texas, en la capital estatal, Austin.

El aroma a antigüedad que se impregna en las yemas de los dedos al agarrar una de las rarezas de la colección Benson es privilegio de pocos.

La mayoría de los visitantes debe conformarse con exposiciones temporales para poder observar, vitrina de por medio, los materiales impresos sobre papel excepcionalmente resistente, que no obstante cuenta puntualmente con temperaturas y grados de humedad especiales para su preservación.

“A diferencia de lo que sucede con el papel de hoy, elaborado con ácidos, el material antiguo no se torna amarillo ni se resquebraja fácilmente”, dijo una bibliotecaria de la sección de rarezas bibliográficas de la UT, mientras abría un ejemplar de Inundación Castálida, un libro de poemas de Sor Juana Inés de la Cruz, cuya primera edición salió a la luz pública en el siglo XVII.

Uno de los conjuntos más apreciados de la colección es el que forman 34 relaciones geográficas impresas sobre papel elaborado a base de fibras de maguey. Estos mapas del siglo XVI ubican sitios específicos del Valle de México, como Culhuacán, y se cree que existieron unas 300 cartas geográficas, de las cuales sobreviven 70 que se encuentran aquí mismo en Austin y en acervos de Sevilla, Madrid y Viena.

La biblioteca, cuyo nombre oficial es Colección Nettie Lee Benson, restringe el acceso a los documentos por razones de conservación física y seguridad de los documentos; y preferentemente autoriza el uso de materiales a personas que desarrollan alguna investigación académica humanística.

La colección comenzó a formarse en 1920, a causa de lo que la historiadora Benson describe como una coincidencia callejera:

Dos profesores de la Universidad de Texas que asistieron a la toma de posesión del presidente Álvaro Obregón en aquel año, vieron un ejemplar de la primera edición de la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España en exhibición en los aparadores de una librería de textos antiguos de la calle Madero, en la Ciudad de México.

Ahí se enteraron del fallecimiento de Genaro García, también ocurrido en 1920, y del interés de su familia de vender una colección consistente en 11 mil volúmenes, 15 mil panfletos y recortes periodísticos y 200 mil páginas de manuscritos sobre el periodo colonial de México, material que no demoró en llegar por tren a la institución texana, a mediados de 1921.

Uno de los trabajos del zacatecano García fue la preparación en 1904 de la primera edición de la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, de acuerdo con el texto original.

Un ejemplar de ese tesoro está hoy en uno de los estantes de acceso restringido de la biblioteca y representa el primer eslabón documental de un conjunto que hoy suma medio millón de volúmenes, entre libros, revistas y periódicos, situado en un edificio de construcción reciente, al norte del campus universitario.

En 1937 la UT consiguió otro de los pilares de su colección, la documentación de primera mano de García Icazbalceta, que incluye los materiales utilizados para escribir la biografía del primer obispo de México, Juan de Zumárraga, así como 247 carpetas que contienen, entre otros, 87 manuscritos originales y 45 impresos de tres siglos del periodo colonial hispano.

La colección de la UT ha crecido con donaciones de historiadores y filántropos estadounidenses, pero también por la búsqueda y compra directa de documentos con valor histórico en toda América Latina. En 1936, un año antes de adquirir la colección de García Icazbalceta, la institución recibió para su causa una contribución de 100 mil dólares de parte del Consejo General de Educación de Estados Unidos.

La compilación de los documentos de primera mano y textos raros determinaron el valor de la Colección Benson. El nombre fue dado a la biblioteca en homenaje a Nettie Lee Benson, quien ha dedicado la mayoría de sus 86 años a organizar y extender la colección. la historiadora también atribuye a una coincidencia su interés en el estudio de México.

“Supe de México por primera vez cuando en mi pueblo, cerca de Corpus Christi y de los cruceros de ferrocarril, oía las noticias que corrían de voz en voz sobre las tropas de Estados Unidos en Veracruz”, en 1914, contó Benson, quien dirigió la biblioteca de 1942 a 1975.

Lugares comunes

El engrandecimiento de la biblioteca ha permitido a los texanos reunir también documentos históricos sobre los estados de Chihuahua y Tamaulipas, y sobre el proceso de independencia de México. Y todo comenzó por documentar la historia de Texas.

Es lugar común de estudiantes y profesores de humanidades, en Austin, decir que la colección de textos históricos latinoamericanos en el exilio de la UT, es una de las más ricas y numerosas del mundo, dentro y fuera de América Latina. (Es una costumbre regular de los estadounidenses el enlistar sus obras materiales en el primer sitio mundial, en un rango que va desde rascacielos de Nueva York y estacionamientos para transportes de carga en Iowa, hasta banderas y hotdogs).

Es difícil determinar con precisión a quién corresponde realmente ese sitio en el mundo de la bibliotecología, reconoció la actual directora de la colección, Laura Gutiérrez. El primer lugar lo disputa la UT al Instituto Iberoamericano de Alemania y a la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Otras bibliotecas con un alto número de piezas sobre la cultura hispánica en América se encuentran en California. En cuanto a la cultura hispánica en el mundo, posiblemente la biblioteca del Instituto Iberoamericano es la más grande, porque contiene materiales sobre la misma España y no solo con relación a Latinoamérica, apuntó Gutiérrez.

La biblioteca Benson es uno de los ejes del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la UT, porque cuenta con textos fundamentales para el entendimiento de la cultura hispanoamericana y de decenas de colecciones de referencia: directorios telefónicos de las principales ciudades de América Latina, catálogos de bibliotecas con acervos latinoamericanos, dentro y fuera de Estados Unidos o directorios de poesía en castellano, por citar algunos ejemplos.

La institución está suscrita a decenas de publicaciones iberoamericanas y revistas sobre Latinoamérica y la cultura hispánica en el mundo. Ahí están, entre tantas, Pensamiento Propio de Nicaragua, Semana de Colombia, Aztlán (Journal of Chicano Studies) de Nuevo México, Granma Internacional de Cuba, la Revista Paraguaya de Sociología. De la casa EXCELSIOR llegan el diario y las revistas Plural, Jueves y Revista de Revistas.

Autoridad moral

La posesión de las colecciones de Genaro García y de García Icazbalceta es un asunto sobre el cual no solo hay una historia. También hay argumentos sobre la autoridad moral para poseer los documentos.

“Nosotros hemos comprado las colecciones”, afirmó Benson cuando se le dijo que algunos mexicanos podrían reaccionar con celo al saber que en Texas hay documentos tan valiosos para México. Recientemente un mexicano tomó de una institución pública francesa un códice prehispánico, que por algún camino de la historia había llegado hasta París, y la devolvió a su lugar de origen.

Rodeada de libros y condecoraciones, entre ellas el máximo reconocimiento del gobierno de México a un extranjero, el Águila Azteca, Benson dice convencida:

“Una parte de la colección de García Icazbalceta la compramos a su hijo Luis García Pimentel y otra parte la rescatamos de su posible destrucción... Nosotros no la sacamos de México: la adquirimos en California y le procuramos cuidado”.

La interpretación apologética de Benson se parece un tanto al discurso estadounidense frecuentemente escuchado en el extranjero, aunque basado en una realidad marginalmente superada.

“Si nosotros no hubiéramos comprado esas colecciones, posiblemente ya no existieran. Cuando las rescatamos no había en México instituciones que se dedicaran a preservar los testimonios de su historia; esto es algo que hace poco iniciaron instituciones como El Colegio de México”, dijo Benson en la sala de su pequeña casa de retiro, al noroeste de Austin.

“No debería verse con celo la posesión de documentos históricos, si las piezas reciben cuidado. Hay que reconocer que en nuestros países la conservación de materiales históricos ha sido una tragedia. A eso apenas se le ha dado valor en tiempos recientes”, señaló Lia London, bibliotecóloga colombiana, responsable de la colección en español de la Biblioteca Pública de Chicago. “Lo que importa es la preservación de un patrimonio que pertenece a la humanidad”, afirmó.

La colección Benson cuenta con un equipo especial de iluminación y un sistema de seguridad minucioso. Los empleados no solo hacen alarde de ello, sino tambien de su compromiso con el valor histórico de la colección. “No gano mucho dinero aquí, pero me gusta este trabajo; nuestra responsabilidad es conservar estos documentos para que las próximas generaciones académicas puedan recurrir a fuentes primarias”, dijo el bibliotecario Russel Thomas.

Como suelen hacer unos cuantos bibliómanos, la UT nunca ha prestado las coleccioines para su exhibición fuera de su “sala de lectura de libros raros”. No obstante, “todos los documentos están a disposición del mundo académico”, dijo la directora Laura Gutiérrez.

“Si la cuestión es a quién pertenecen los documentos, la respuesta es difícil, porque la elaboración y el destinatario de la información no siempre corresponde a México, como las Relaciones Geográficas, que fueron preparadas por un español y dirigidas al rey de España y al Consejo de Indias”, acotó Gutiérrez.

Tiempo y espíritu

A pesar de la irónica historia de García Icazbalceta y su colección, la Biblioteca Benson parece preservar el espíritu que alentó al historiador mexicano a concentrar los testimonios.

“Si ha de escribirse algún día la historia de nuestro país, es necesario que nos apresuremos a sacar a la luz los materiales dispersos que aún puedean recogerse, antes que la injuria del tiempo venga a privarnos de lo poco que ha respetado hasta ahora”, escribió García Icazbalceta en el prólogo a la Colección de Documentos para la Historia de México (Editorial Porrúa, 1971, facsimilar de la obra publicada en 1866).

El desprendimiento de los propietarios originales comenzó, al parecer antes que la UT se interesara por los documentos.

“Se cree -dijo Gutiérrez- que García Icazbalceta adquirió algunos de los documentos de su colección en España, en el siglo XIX”.

Hay también diplomáticos estadounidenses que de cuando en cuando, de acuerdo con la historiadora Benson, hacen humildes pero significativos aportes a esta historia de exilios y luchas de la memoria histórica contra la “injuria del tiempo”.

Texto: Guillermo G. Espinosa

Publicado originalmente el 31 de diciembre de 1991 en el diario Excélsior de la Ciudad de México.


domingo, 13 de agosto de 2023

Aztalán, Wisconsin: mito, no leyenda mítica

El montículo principal en Aztalán, estado de
Wisconsin, perteneciente a la cultura 
misisipiana. Foto: James Steakley (Wikipedia)

Aztalán, Wisconsin. Arqueólogos estadounidenses sustentaron y escribieron durante años que un grupo de montículos cuadrangulares situados al oeste de los Grandes Lagos, en el estado de Wisconsin, eran los vestigios de la ciudad mítica de los aztecas, Aztlán. Aunque en 1855 comenzó a formarse una corriente controversial, el mito de que Aztalan era Aztlán fue aceptado como historia y sabiduría convencional del siglo XIX.

Los arqueólogos no ha descubierto todavía de dónde partieron los aztecas para fundar Tenochtitlan a principios del siglo XIV, pero la creencia de que Aztlán se ubique en algún punto de los que actualmente son los Estados Unidos se extendió hasta nuestros días y se dispersó popularmente, si que las rectificaciones arqueológicas del siglo XX trasciendan del todo el ámbito de la investigación científica.

El surgimiento del mito

Todo comenzó en 1837, cuando a N. E. Hyer le pareció que este lugar debió llamarse Aztalán, porque las plataformas semidestruidas que vio entre hierba, bosques de clima frío, lagos y ríos, correspondían a la descripción que acerca de Aztlán hizo el explorador alemán Alexander von Humboldt (1769-1859), dada a conocer a principios del siglo XIX, en las metrópolis europeas.

Hyer era un juez civil de aquellos tiempos en que Estados Unidos hacía la guerra a los indios Sauk y a su líder, Black Hawk o Halcón Negro, en la “frontera” del noroeste. Hasta aquí se situaban entonces las fortificaciones militares y las migraciones de vanguardia en dirección a la costa del Pacífico.

En la descripción de sus viajes por el “Nuevo Continente”, Humboldt publicó que los aztecas utilizaban dos palabras para referirse a su lugar de origen, “atl”, agua, y “an”, cerca de. Según la leyenda, Aztlán se encontraba al norte; en opinión de Humboldt, el sitio podría estar al norte del paralelo 42, más allá del río Gila (en la confluencia territorial de Baja California, Sonora, California y Arizona).

Las consideraciones de Hyer fueron publicadas hace 152 años en el ya desaparecido periódico neoyorquino Greenwich Eagle, y reproducidas en el único rotativo de Wisconsin por esa época, el Milwaukee Advertiser. El sitio lo vieron los colonizadores estadounidenses por vez primera en el otoño de 1836.

En el sur de Wisconsin, unos 70 kilómetros al oeste del lago Michigan, entre plantaciones de maíz, fincas agroindustriales y pueblos dispersos de 300, 500 ó mil habitantes, se encuentran los restos de aquel pueblo de recolectores, pescadores, cazadores y navegantes fluviales, que abandonaron el lugar en el siglo XI, sin que los arqueólogos sepan aún las causas precisas y el camino histórico que siguieron los descendientes de esa localidad.

El montículo principal tiene una altura aproximada de 10 metros, la base es cuadrangular y la cima es totalmente plana. En el costado este tiene una escalera con peldaños de madera. Los arqueólogos de la Universidad de Wisconsin que han hecho excavaciones en el sitio creen que esta plataforma servía para ceremonias religiosas y militares.

El conjunto abarca otras seis plataformas semidestruidas. Entre éstas sobresale un grupo con cuatro montículos de aproximadamente tres metros de altura, que de acuerdo con los arqueólogos pudo servir de punto de observación de la llanura, dado que efectivamente es posible mirar abiertamente hacia el horizonte, en cualquier dirección cardinal.

Se desconoce el nombre que los nativos daban a Aztalán, que fue habitada durante tres centurias, pero sí se sabe que el pueblo formó parte de la cultura misisipiana, expandida sobre las llanuras y serranías de baja altitud, en lo que hoy es el centro y el este de los Estados Unidos, desde Wisconsin e Illinois hasta Georgia y Florida. Esto ocurrió entre los siglos IX y XV.

Epónimo

El vocablo Aztlán ha permanecido en el tiempo como una alusión y un antecedente de lo mexicano en Estados Unidos, un epónimo que le da nombre con profundidad histórica.

Un centro cultural chicano ubicado en pleno corazón de uno de los barrios mexicanos de Chicago, el de la Calle 18, al sur, se denomina “Casa Aztlán”.

En los agitados años sesenta, el movimiento chicano de todo el país se congregó en Denver por vez primera en la historia, y al final de su reunión emitieron una declaración política a la que titularon “El Plan de Aztlán”.

La Universidad de Notre Dame, en Indiana, envió a la imprenta un libro titulado Beyond Aztlán (Más allá de Aztlán); se trata de un análisis comparativo acerca de los alcances socio-económicos de los mexicano-americanos.

También la Universidad de California imprimió una investigación social respecto de la migración de mexicanos provenientes del occidente de México hacia los Estados Unidos, con el título de Return to Aztlán, realizada por cuatro investigadores de los dos países. “Con el nombre tratamos de reflejar la idea de que los mexicanos no son ajenos a los Estados Unidos”, afirmó Douglas Massey, integrante del grupo de investigadores referido.

Lecciones de historia

En 1836 comenzó el asentamiento aquí en Aztalán, Wisconsin, de una comunidad de agricultores, que llegó a tener tres mil habitantes, tres fábricas y una estación de tren muy activa, cuya ruta corría de este a oeste. Una de las dos carreteras vecinales que actualmente conducen a Aztalán pasa por el costado oeste del poblado misisipiano; de hecho, el camino fractura uno de los montículos.

La cantidad de lagos y ríos que circundan
Aztalan llevó arqueólogos del siglo XIX
 a suponer que este lugar era Aztlán, el
mítico sitio originario de los de los aztecas.
Mapa: Wikipedia

Las plataformas han sido parcialmente rehabilitadas para hacer más precisas sus formas cuadrangulares. Formando un semicírculo alrededor de la plataforma central fue construida una estacada con troncos de adobe, para reponer la que supuestamente estuvo ahí.

La historia de Aztalán y la confusión con Aztlán revela un problema al que con no poca frecuencia se enfrentan los antropólogos y los historiadores: la relativa confiabilidad de las fuentes documentales.

“No todo lo que se publica en relación a las civilizaciones antiguas es siempre exacto. El caso Aztlán es como el del Jardín del Edén: los arqueólogos nunca lo encontrarán, porque Aztlán no es un lugar, sino posiblemente una región”, afirma Elizabeth Bensehley, de la Universidad de Wisconsin.

No fue sino hasta 1933 cuando S. A. Barrett, arqueólogo de la Universidad de Wisconsin, reescribió la historia y explicó el error de Hyer; asimismo alentó la reorientación de las investigaciones sobre Aztalán.

“Es claro que Aztalán fue parte de la cultura misisipiana”, dijo Lynn Goldstein, arqueóloga de la Universidad de Wisconsin, que en 1984 participó en una de las más extensas excavaciones en el sitio indicado. Y concluyó: “La única relación que pudo haber existido entre Aztalán y Mesoamérica fue la influencia indirecta, solo indirecta, de las culturas mesoamericanas en los pueblos del norte”.

Texto: Guillermo G. Espinosa

Publicado originalmente el 18 de febrero de 1993 en el diario Excélsior de la Ciudad de México.